Se han muerto en la misma semana dos periodistas, Victoria Prego y José Julio Perlado, mucho más conocida la primera que el segundo, pero ambos auténticos maestros de la comunicación. El caso de Victoria, esencial, clave, básico, para conocer la reciente Historia de España y el periodismo en vena. Poco puedo decir en estas líneas siendo Esther Esteban una de sus amigas del alma. La ha querido y cuidado como pocas, con un cariño y sensibilidad sensacionales. A Esther le brillaban los ojos cuando me hablaba de Victoria, mientras yo la escuchaba embobado relatando lo que para mí son pasajes primordiales de la Historia de España. Sólo diré que su serie "La Transición" la he visto en varias ocasiones y sigue sorprendiéndome el fabuloso trabajo que hizo con su esposo, Elías de Andrés. Lo he escrito en multitud de ocasiones y hoy, en la despedida y el recuerdo, no iba a ser menos. Es de obligada visión en escuelas y facultades de periodismo. Ahí estaban los archivos de Radio Televisión Española, pero nadie se zambulló en ellos como lo hizo Victoria. Me hace gracia ahora cuando los republiketas sacan un off the record que se le grabó con Suárez hablando de la monarquía constitucional. Qué paletos y cortos de entendederas los sectarios. Se nos está quedando un país precioso de media España contra la otra media, justo lo contrario de lo que defendió y propugnó Victoria. En esta época donde los bulos, el fango y el lodo proceden directamente del Palacio de la Moncloa, uno echa de menos aquellas reuniones secretas de Suárez con Carrillo en casa de José Mario Armero, con el conocimiento del Rey. O cómo ese mismo Don Juan Carlos, vía Ceacescu, contactaba con Carrillo a primeros de los setenta para sondear si la concordia era posible. Ahora hasta los iletrados de la ONU ni la consideran, con lo que el mundo de la Sociedad de Naciones ya está aquí. Leía a Victoria en El Independiente con sumo interés y dejaba guiarme por su espíritu crítico. Ahí está su obra, imperecedera, dando gritos desde la web de Radio Televisión Española, aunque se escuche más a Broncano.

José Julio Perlado, maestro, profesor, periodista. El hombre que más influyó en este que ahora escribe cuando era estudiante. Un místico de la palabra, un orfebre de la prensa, un reportero de guerra y paz en tiempos modernos. Estuvo en el mayo del 68 y contaba cómo mandaba las crónicas al ABC en una máquina de escribir sobre el capó de un coche. Telefoneaba en las cabinas mientras ardía la Sorbona y Sartre se convertía en icono de un movimiento. Antes estuvo en Roma y contó al mundo el funeral de Juan XXIII y la boda de Sara Montiel. Me mandó entrevistarla con diecinueve años y a él debo precisamente el que Antoñita fuera otra de mis imprescindibles. Sara se me apareció en diferentes momentos de la vida como la Virgen, pero con puro y profana. Era inteligentísima y radiante. Perlado formó a generaciones enteras de periodistas en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Conseguía captar la atención de ciento veinte personas con sus historias. Se cortaba el silencio mientras nos explicaba lo insólito en el reportaje. De un sentido del humor bárbaro y unas profundas convicciones religiosas, volví a coincidir varias veces con él después gracias a la literatura y la cultura. Me reveló el versículo más inquietante de todo el Evangelio. “A Dios nadie lo vio jamás”. Juan 1, 18. A él se le veía tras sus gafas de pasta en un proceso de creación permanente. Su blog, Mi Siglo, era referencia cultural para dos millones de lectores en todo el mundo. Lo estuvo actualizando hasta el final. Su última entrada, una reflexión sobre los clásicos.

La vida cuando se empina va dejando amigos al camino, pero es la niebla de la ausencia la que abre a gritos el recuerdo. Recordar es volver a pasar por el corazón… Cor, cordis… Sobre mis sienes cabalgan jinetes de oro, Victoria y José Julio, que no morirán jamás en el alma.